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jueves, diciembre 25, 2003

Navidad y voceadores

Mi resistencia a escribir algo en estos días fue infructuosa, ni los disparates de Fauces Hamdan, los pleitos parlamentarios por el presupuesto o las irregularidades en la elección de gobernador de Colima me motivaron a despegarme de la celebración de las pascuas, había decidido permanecer en el mutismo hasta la próxima semana, pero la reiteración de una de las anomalías que más detesto en los servicios al público me ha obligado a tomar una posición mafaldista y romper el silencio que me impuse.

Felipe, el personaje de Quino, dijo (palabras más, palabras menos) que se escuchaban cierto tipo de barbaridades porque andábamos por el mundo con las orejas puestas. La expresión del niño es un disparate en sí misma, pero refleja el hecho de que nosotros somos testigos de estupideces porque tenemos la disposición de testimoniarlas. Una de esas manifestaciones de la idiotez humana son los voceadores, mi afirmación no es discriminatoria aunque de primera mano pudiera parecer propia de un ultraderechista, sino que es derivada de toda una vida de experiencias negativas resultantes de la ineptitud y holgazanería de esa gentuza.

Antes de que usted cambie de página web, indignado por mis comentarios tan políticamente incorrectos, por favor lea algunos ejemplos de la despreciable indolencia con que hacen su labor los voceadores. Soy suscriptor de un diario que va de mal en peor: llega tarde, se le van noticias importantes, comete pifias y es tendencioso (más de uno dirá: si serás gilipollas, ¿por qué compras semejante basura? La respuesta es un poco cursi y no por eso menos tonta, por fidelidad ya que soy suscriptor desde su fundación), el caso es que esa basura de periódico no la recibo los días que los voceadores tienen a bien dedicarse al sacrosanto arte de rascarse la barriga, parece absurdo (y lo es) que un consumidor que recibe el diario de las manos de la compañía editorial tenga que padecer la misma suerte que el parroquiano que lo adquiere en un quiosco de las garras de un intermediario. Sin embargo, así pasa, mi periódico no se entrega porque los voceadores descansan, aunque yo no tenga nada que ver con esos sujetos. En pocas palabras, a la redacción del diario le importa un reverendo rábano las personas que le pagamos el periódico por adelantado y lo liberamos de la dependencia de unos bribones como los voceadores.

Otro ejemplo de la basura voceadoril lo da la distribución de cómics. Cuando Editorial Novaro dominaba el negocio de la publicación de versiones en español de las historietas de superhéroes uno tenía que padecer dos nefandeces: La pésima edición (asistématica, patriotera y chafa) de Novaro y a los voceadores que ofrecían los tebeos cuando les pegaba su regalada gana (es decir, con una regularidad nula). El día de hoy existe una actitud semejante en estos personajes de la venta callejera de revistas y periódicos, quien comienza la adquisición de fascículos, colecciones o cualquier elemento seriado que esté a la venta en quioscos, está seguro de cuando comienza su colección pero la incertidumbre lo atrapa si piensa en las posibilidades de que la concluya.

Espero que en un futuro toda publicación periódica se adquiera mediante suscripción o en tiendas de autoservicio y, mientras eso pasa, no me queda más que desearles a los voceadores que mal rayo los parta durante estas fiestas.


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