miércoles, enero 28, 2004
Tres perros: Envidia
El tercer perro, la envidia, es el menos impresionante de los lebreles del averno. Los envidiosos tienden a ser vistos con desprecio y suelen tener una relación enfermiza con los soberbios, sadomasoquista, a falta de un mejor término. Mientras los ingratos son unos malvados y los soberbios unos odiosos, los poseídos por la envidia son unos pobres diablos.
A pesar de ser el can más pequeño de la triada infernal, la envidia tiene a su favor que algo de realismo ordinariamente la acompaña, logrando que el envidioso al menos se percate de la existencia de alguien que vive o es mejor que él. Esta percepción de la realidad le facilita dos cosas al envidioso:
1) codiciar las pertenencias o características del prójimo (lo que la mayoría de las veces implica un proceso de identificación bastante objetivo); y
2) pensar que la mejor situación del otro es injusta (lo cual regularmente significa que el envidioso dio comienzo a su desviación de la realidad).
Para infortunio del celoso, su comienzo realista se contamina y termina por apagarse ante la convicción de que el bien ajeno es motivo de pesar o tristeza. El envidioso suele hacerse una pregunta estúpida: ¿Por qué él sí tiene (o es) y yo no? La respuesta se la da sin intermediario, porque la vida es injusta y debería tener (o ser) como el beneficiario de eso que se desea pero no se posee. ¿Por qué es injusto que los demás estén en mejor condición que el envidioso? Eso sólo lo entiende el celoso en su cabecita.
Los diccionarios de mala factura señalan que resentido y amargado son sinónimos de envidioso, lo cual es un craso error, ya que los tres términos tienen significados muy distintos. Algunas personas, de muy pobre inteligencia por cierto, asumen que todo aquel que no está de acuerdo con ellos es un resentido. La causa de tan idiota conclusión hay que buscarla en la pobre cultura de la crítica que tienen los latinos. Lo cierto es que un criticón con dificultad será un resentido, pero seguramente es un amargado. La diferencia entre los dos es que el dolido es ordinariamente un imbécil y el otro es un desilusionado insoportable. Un resentido tiene su vida echada a perder, arruinada; el amargado puede vivir en la prosperidad pero detesta a sus semejantes. Sin embargo, nunca faltará un felizólogo que diga que ser un resentido es lo mismo que ser un amargado. Este tipo de equivalencias de los súperoptimistas refrenda que son unos mensos. En conclusión, el envidioso codicia lo ajeno, el resentido se siente maltratado por la sociedad y el amargado se siente enojado por las características de la misma comunidad.
Pero la envidia también implica emular, imitar las acciones de otro procurando igualarlas e incluso excederlas, convirtiéndose en motor de superación personal. Desafortunadamente, la gran mayoría de los envidiosos se conforman con apetecer algo que tienen los otros y lamentarse de que no pueden satisfacer su deseo.
Lo mencionado podría hacer pensar que los envidiosos son sujetos miserables que sólo se dañan a ellos mismos. Esto no es así, la envidia es una fuerza poderosísima que impulsa el daño a los demás, quien codicia lo ajeno puede tratar de igualar su situación a través del camino de perjudicar al resto de las personas. El razonamiento del envidioso es peligrosamente simple: Si yo no puedo estar tan bien como ellos, entonces que ellos estén tan mal como yo. Apoyada en esa forma de pensar, la envidia ha segado vidas, destruído reputaciones, derrumbado gobiernos y fastidiado sociedades; que todos estos daños hayan sido motivados por el profundo odio al prestigio y triunfo ajeno sólo refrenda lo irracional de estos menoscabos, esto es así porque los celosos no obtienen, la mayoría de las ocasiones, los bienes que apetecen.
Qué pena me dan.
El tercer perro, la envidia, es el menos impresionante de los lebreles del averno. Los envidiosos tienden a ser vistos con desprecio y suelen tener una relación enfermiza con los soberbios, sadomasoquista, a falta de un mejor término. Mientras los ingratos son unos malvados y los soberbios unos odiosos, los poseídos por la envidia son unos pobres diablos.
A pesar de ser el can más pequeño de la triada infernal, la envidia tiene a su favor que algo de realismo ordinariamente la acompaña, logrando que el envidioso al menos se percate de la existencia de alguien que vive o es mejor que él. Esta percepción de la realidad le facilita dos cosas al envidioso:
1) codiciar las pertenencias o características del prójimo (lo que la mayoría de las veces implica un proceso de identificación bastante objetivo); y
2) pensar que la mejor situación del otro es injusta (lo cual regularmente significa que el envidioso dio comienzo a su desviación de la realidad).
Para infortunio del celoso, su comienzo realista se contamina y termina por apagarse ante la convicción de que el bien ajeno es motivo de pesar o tristeza. El envidioso suele hacerse una pregunta estúpida: ¿Por qué él sí tiene (o es) y yo no? La respuesta se la da sin intermediario, porque la vida es injusta y debería tener (o ser) como el beneficiario de eso que se desea pero no se posee. ¿Por qué es injusto que los demás estén en mejor condición que el envidioso? Eso sólo lo entiende el celoso en su cabecita.
Los diccionarios de mala factura señalan que resentido y amargado son sinónimos de envidioso, lo cual es un craso error, ya que los tres términos tienen significados muy distintos. Algunas personas, de muy pobre inteligencia por cierto, asumen que todo aquel que no está de acuerdo con ellos es un resentido. La causa de tan idiota conclusión hay que buscarla en la pobre cultura de la crítica que tienen los latinos. Lo cierto es que un criticón con dificultad será un resentido, pero seguramente es un amargado. La diferencia entre los dos es que el dolido es ordinariamente un imbécil y el otro es un desilusionado insoportable. Un resentido tiene su vida echada a perder, arruinada; el amargado puede vivir en la prosperidad pero detesta a sus semejantes. Sin embargo, nunca faltará un felizólogo que diga que ser un resentido es lo mismo que ser un amargado. Este tipo de equivalencias de los súperoptimistas refrenda que son unos mensos. En conclusión, el envidioso codicia lo ajeno, el resentido se siente maltratado por la sociedad y el amargado se siente enojado por las características de la misma comunidad.
Pero la envidia también implica emular, imitar las acciones de otro procurando igualarlas e incluso excederlas, convirtiéndose en motor de superación personal. Desafortunadamente, la gran mayoría de los envidiosos se conforman con apetecer algo que tienen los otros y lamentarse de que no pueden satisfacer su deseo.
Lo mencionado podría hacer pensar que los envidiosos son sujetos miserables que sólo se dañan a ellos mismos. Esto no es así, la envidia es una fuerza poderosísima que impulsa el daño a los demás, quien codicia lo ajeno puede tratar de igualar su situación a través del camino de perjudicar al resto de las personas. El razonamiento del envidioso es peligrosamente simple: Si yo no puedo estar tan bien como ellos, entonces que ellos estén tan mal como yo. Apoyada en esa forma de pensar, la envidia ha segado vidas, destruído reputaciones, derrumbado gobiernos y fastidiado sociedades; que todos estos daños hayan sido motivados por el profundo odio al prestigio y triunfo ajeno sólo refrenda lo irracional de estos menoscabos, esto es así porque los celosos no obtienen, la mayoría de las ocasiones, los bienes que apetecen.
Qué pena me dan.

Comments:
Publicar un comentario
Usted debe estar de acuerdo con el Aviso Legal de Avengerlog para leer, estar o usar este weblog.